Lisboa tiene cierto aire decadente, de ciudad anclada en el pasado, de tradicionalismo y conservadurismo. Y digo cierto aire porque cada vez estas características se van quedando en menos.
Actualmente Lisboa es un lugar de contrastes, la novedad y la tradición luchan por ganarse un puesto en una ciudad donde quien manda es el extranjero. La ciudad se está masificando, llenando de turistas que van marcando el rumbo de esta urbe, y aunque esto es bueno para el crecimiento del país, se esta perdiendo esas características que la hacían ser una capital diferente y encantadora. Ahora la hamburguesa se enfrenta a la bifana (bocadillo de carne típico), el tuk-tuk al antiguo tranvía 28, las bebidas blancas a la ginginha…
Muchos de los negocios de toda la vida han sido sustituidos por bares, tascas modernas, marcas internacionales y cadenas de restauración y por infinitas tiendas iguales de souvenirs, regentadas en su mayor parte por indios, que venden los «símbolos» portugueses: el gallo de Barcelos, las sardinas en todos formatos y colores, Santo Antonios de plástico de colores brillantes, azulejos impresos y hasta personalizados, reproducciones de tranvias… Por no hablar de las innumerables Señoras de Fátima.
En esta ocurrente crónica (que recomiendo leer entera) se explica la transformación de la urbe y lo que supone para un lisboeta, en español este fragmento vendría a decir algo así;
Para que sirve la globalización?
Vemos en esta capital de otro Imperio, tuk tuk’s ya conducidos por los originarios conductores – indios – quedando así Lisboa, una cualquier Goa exótica, pero olvidada del mundo.
El tiempo vuelve para atrás, cualquier tiempo pasado con el Escudo fue mejor.
Barbas cortadas a regla y escuadra, muñecos en serie de alguna fábrica de gnomos de Lapónia, star-ups mañosas en huecos de escaleras. Establecimientos que igual te venden sangría, te sirven un cocido a la portuguesa o te alquilan una bicicleta.
Es el tiempo de las palabras sin acentos, de los «c» que no se leen pero que deberían.
Es el tiempo de las tiendas de las famosas sardinas en lata de cuya fábrica el señor come «bolo-rei-mor» que llevo a quiebra.
Es el tiempo do brick-a-brack de mal gusto, de gallos de Barcelos importados directamente de Tailandia y nuestras Señoras de Fátima chinas con los pezones por fuera.
Es el tiempo de banderas al contrario, cosidas en China por niños mocosos.
Es el tiempo de valiente cagada!
Ay, los maravillosos años 30!